La palabra VERÓNICA, según muchos estudiosos es un nombre simbólico, en cambio, otros piensan que es una deformación del nombre griego Beredice, para añadir otro en el texto de los evangelios apócrifos como es el de Bernique.
Sea como fuere, Verónica, Beredice o Bernique, la tradición y la historia da este nombre, a la piadosa, decisiva y valiente Mujer que abriéndose paso entre la multitud, a costa de recibir insultos, calumnias y golpes, se acercó al rostro magullado, polvoriento, sudoroso y sangrante de Jesús enjugándolo con su pañuelo, cuando iba caminando con la cruz a cuestas desde el Pretorio al Calvario.
El episodio de la mujer Verónica no aparece en los evangelios canónicos, como aparece por ejemplo el de Simón Cirineo, San Juan Evangelista, María Magdalena, María la madre de Santiago y Juan, o la Virgen María, en todo lo que los evangelistas narran referente a la Pasión de Cristo.
En cambio, sí se cita todo lo que se refiere a la Mujer Verónica en los evangelios apócrifos. En el evangelio apócrifo de Nicodemo la identifica con la Hemorroisa del evangelio de San Mateo.
Otras tradiciones orales dicen que era prima de San Juan Bautista y que en su martirio, recogió la sangre al ser decapitado. La leyenda de la Verónica, cuyo nombre se debe probablemente a la deformación de Vera-icono (verdadera imagen), parece que su tradición no es anterior al siglo VI y procede de la fusión de un episodio de los evangelios apócrifos conocidos como «Actos de Pilatos» y de otro sacado de Eusebio. El nombre de Verónica, tampoco aparece en el martirologio jeronimiano, (lista de San Jerónimo de santos y mártires antiguos). En cambio la Iglesia conmemora su día el 9 de julio.
La tradición y la leyenda de la Mujer Verónica, aplica muchos calificativos propios y legítimos, para enjuiciar la labor y el cometido de la Mujer Verónica, que abriéndose paso y con decisión firme, se acercó al Santo Rostro y con una tremenda delicadeza, con cariño de mujer, con el alma rota, con lágrimas en los ojos, le limpió con su pañuelo, en aquella calle de la Amargura, ante una turba de sayones, soldados y gentío que no se querían perder el espectáculo de un Reo que portaba la cruz de su suplicio, y que como cordero iba a sufrir su muerte.
Su Santo Rostro, reflejado en el pañuelo de lino, hoy es una reliquia que se la disputan varias localidades, iglesias y catedrales. Así en Roma en la Alta Edad Media se veneraba una imagen de Cristo sobre la tela, llamado «velo de Verónicas», que el Papa Bonifacio VIII la hizo conservar en la Iglesia de San Silvestre y desde 1870 está en la catedral de San Pedro. Así también se disputan su posesión: la Iglesia del Sagrado Corazón de París, la catedral de Jaén y el Monasterio de la Santa Faz, cerca de Alicante, entre otras más.
Por lo tanto, desde tiempo inmemorial, figura en la procesión del Viernes Santo, la Santa Mujer Verónica, realizando la Estación de penitencia de la Cofradía.
Es representada por una mujer joven, moza y soltera, que por promesa particular, por penitencia, por creencia religiosa, por fé católica o por convicción humana y voluntaria, realiza la escena de la calle de la Amargura, al encontrarse Jesús camino del Calvario, con el madero sobre sus hombros, saliendo espontáneamente de entre el gentío y en presencia de soldados romanos y sayones, enjugándole con un lienzo el Santo Rostro del Nazareno, quedando impregnadas la Santa Faz de su cara en el paño de lino.
La venerable costumbre de salir esta mujer en la procesión, no se sabe con certeza, pero según datos conocidos y comprobados, ya salía, por lo menos, en el año 1890, juntamente con las tres Marías y la decuria de soldados romanos «armaos», por lo que se supone que la costumbre y tradición data, seguramente, desde los comienzos de la fundación de la Cofradía, con anterioridad al año 1620.
Para conservar y mantener la venerable tradición y no se desvirtúe la costumbre, está regulado su funcionamiento rigiéndose por unas normas de régimen interior que tienen que cumplir todas aquellas y privilegiadas mujeres, que realizan tan piadoso cometido, las mañanas de Viernes Santo, en el lugar que durante el recorrido, previamente se haya destinado como Monte Calvario, con la celebración del Sermón, dirigido por un sacerdote, y al que suelen acompañar «cantaores» locales con la interpretación de algunas saetas.